El gran poder del orden de aparicipon en los shows...
Leer másEl lujo ya no solo se lleva puesto. Hoy, se saborea, se contempla, se vive. Las grandes casas de moda están expandiendo sus universos hacia territorios inesperados como la gastronomía, el arte emergente o el cine independiente. ¿Por qué una firma de bolsos decide abrir una cafetería? ¿Qué gana una marca de ropa al producir películas? Lejos de ser simples excentricidades, estas decisiones son parte de una estrategia de branding sofisticada, que busca conectar de forma emocional, sensorial y aspiracional con sus audiencias.
Bienvenidos a la era en la que el estilo de vida se convierte en la mejor forma de vender moda.
¿Quién habría imaginado que una churrería podía convertirse en una extensión de una firma de moda? Eso hizo Bimba y Lola, apostando por una experiencia emocionalmente cercana para su audiencia. La propuesta es simple pero poderosa: generar recuerdos gustativos asociados a la marca, creando una conexión íntima que va más allá de lo visual.
En un terreno similar, Louis Vuitton ha lanzado chocolaterías temporales en algunas de sus flagship stores. El objetivo es claro: traducir el ADN del lujo en cada detalle, desde el packaging hasta la presentación del producto. Mientras el cliente saborea un bombón con forma de baúl clásico de la maison, su mente vincula placer, sofisticación y marca.
Prada también se ha sumado a esta corriente con sus cafés en Milán, Tokio y Shanghai, donde la estética, la carta y el servicio replican el universo visual de la firma. Se trata de un nuevo tipo de lujo accesible: aunque no todos puedan comprarse un vestido de Prada, muchos pueden permitirse un espresso servido con la elegancia de la marca.
Más allá de la comida, algunas marcas están apostando por conectar con las fibras más profundas de su audiencia: la cultura, el arte, la identidad. Un ejemplo brillante es Loewe, que ha colaborado con el cine japonés para crear una serie de cápsulas inspiradas en películas de culto. Esta estrategia no solo seduce a amantes del cine, sino que posiciona la marca como una firma con sensibilidad cultural y mirada global.
Hermès, por su parte, ha decidido dar protagonismo a jóvenes artistas emergentes, ofreciendo espacio y visibilidad a nuevos talentos. Estas iniciativas generan contenido fresco, conversación en redes sociales y, lo más importante, una percepción positiva de marca que va más allá de lo comercial. Hermès no solo vende bolsos: apoya el arte, la creatividad y la innovación.
Este tipo de acciones refuerzan el “storytelling” de marca, algo fundamental en una era donde el consumidor ya no busca solo un producto, sino un relato con el cual identificarse.
Lo que une todas estas iniciativas es un cambio de paradigma: las marcas de moda ya no se conforman con vestir a su público, quieren alimentarlo, educarlo, emocionarlo. Quieren que su consumidor viva dentro de su universo, no solo que lo observe desde fuera.
Este concepto no es nuevo, pero ha tomado fuerza con la evolución del marketing experiencial y la economía de la atención. Hoy, las audiencias están saturadas de anuncios y productos. Lo que realmente deja huella son las experiencias memorables, multisensoriales, compartibles.
Estas expansiones no son simples caprichos creativos: son territorios estratégicos donde las casas de moda aseguran permanencia en la mente del consumidor. Conquistar un nuevo espacio –sea un café, una sala de cine o una galería de arte– no solo diversifica ingresos, también construye fidelidad.
Al hacerlo, las marcas se convierten en ecosistemas de estilo de vida. Y en esa estrategia, cada churro, cada película y cada exposición cuentan.
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